Los santos católicos y las creencias animistas africanas atravesaron mares, cordilleras, selvas y ríos hasta llegar a los territorios que actualmente comprenden el Pacífico colombiano. Conjugado estos dos elementos tras un lento proceso de apropiación , que implicó hacer memoria, establecer acuerdos y vínculos espirituales, tenemos una escena espiritual donde las misas se realizan fuera de los templos y son acompañadas por danzas folclóricas y chirimías; donde los santos se emparrandan con sus devotos y aceptan que los llamen por diminutivos; donde los diablitos y matachines trasgreden lo sagrado al protagonizar las festividades católicas; donde los muertos son despedidos con juegos, danzas e historias; donde la selva se alimenta de los ombligos de los recién paridos y a cambio les otorgan un don y les aseguran un lugar al lado de sus ancestros. Estas expresiones creadas y recreadas en múltiples tonalidades de acuerdo al territorio y a las realidades socioculturales se continúan transformando en la actualidad para prevalecer como un estandarte de identidad.
El propósito de esta serie documental es observar el pensamiento mágico- religioso propio de estas comunidades afrocolombianas que está aún vivo en sus diferentes rituales, ceremonias, concepciones y prácticas, al tiempo que se resalta la tarea ancestral que cumplen los oficiantes – curanderos, chinangos, adivinadoras, tabaqueras, rezanderos, sobanderos, parteras, ombligadoras, mayordomos síndicos- como padres y madres precursores de la tradición espiritual y posibilitadores de la vida en sus pueblos.
Capítulo 1: Una santa destinada
Muchas son las historias místicas ligadas a la llegada e instauración de los santos al territorio colombiano y en especial a las poblaciones afrodescendientes. La mayoría hacen alusión a apariciones milagrosas o casos curiosos en que las divinidades adoptaban características humanas, estos relatos que han pasado de generación en generación son asumidos como un designio de origen celestial en el que los santos manifestaron su propósito de guiar espiritualmente un pueblo.
En el departamento de Chocó, en en el municipio de Istmina, aún se escuchan cómo los viejos cuentan a sus hijos y nietos que la Virgen de las Mercedes fue entregada erróneamente en la ciudad, pues desde Popayán salió junto con la estatua de la Virgen del Rosario, la primera con destino a Condoto y la segunda a Istmina. Aun no se sabe si fue un designio divino, pero la creencia popular es que la virgen decidió quedarse en el municipio y ser la santa patrona. Doña Luz Mery Mosquera es una ferviente devota que cada año organiza en el barrio Diego Luis la comparsa y la balsada de las fiestas patronales, como una ofrenda por el favor que le hizo la santa de intervenir para su nombramiento como maestra y su traslado a la ciudad. Por su parte, doña María Ruby Córdoba pone a disposición de la virgen su oficio de costurera para embellecer con sus vestidos las procesiones de la celebración religiosa.
Ambas mercedarias viven con entrega las fiestas y hacen destacar su barrio entre los otros que, año tras año, visten de colores, música, arullos y cachés la celebración de la santa patrona. Por lo tanto, en este capítulo se evidencia la fuerte apropiación que los pueblos del Pacífico colombiano tienen de sus santos y cómo en ello interviene la tradición oral y la fe.
Capítulo 2: personaje del matachín
En épocas coloniales cuando los párrocos movidos por el afán de que negros e indios adoptaran las doctrinas católicas los vestían y sometían en montajes teatrales donde representaban el mal ataviados con máscaras de diablos y látigos, y donde también podían apreciar los papeles de majos y majas occidentales que triunfaban sin ninguna otra arma que la picardía. Contrario al resultado que buscaba la iglesia los negros adoptaron a los personajes como aliados, ya que de acuerdo a sus creencias no existía un bien o un mal absoluto. De este modo los diablos y los romanos fueron usufructuadas por los negros para infundirle miedo a los blancos y el arlequín esclavo fue un personaje apropiado para burlarse y ridiculizar a los amos sin que lo supieran. Un ejemplo de ello es la tradición del manacillo, viva en la vereda de Juntas de Yurumanguí. Cada año se celebra la Semana Santa y en esta fiesta religiosa los protagonistas son los matachines que representan a los romanos. José Fidel y Agustín Cuero son dos herederos del juego, ellos cada año se visten con costales, con botas negras y un látigo con el que corretean a la población. Por su parte, Arturo Rentería, carpintero de la vereda y también manacillo, transforma un áspero y deforme tronco de balso con su afilado machete y al ritmo de la marimba en una imponente máscara, pero sin utilizar pegantes y clavos para fijar los cachos y protuberancias, pues ha mejorado la técnica heredada. Esta máscara de diablo se suma a la indumentaria del matachín.
En este capítulo veremos cómo el matachín y su máscara siendo huellas de transgresión y resistencias se posicionaron y cobraron fuerza en las celebraciones religiosas de las comunidades afrocolombianas.
Capítulo 3: cantos fúnebres
A su llegada al continente Americano los africanos y sus descendientes encontraron en la muerte un bastión liberador con el cual podían retornar al lado de sus ancestros. Este afán de asegurar la buena partida de sus congéneres hizo que las ceremonias mortuorias cobraran una mayor importancia. Por otro lado, la desarticulación familiar que sufrieron al ser vendidos y reunidos con otros esclavizados de diferente procedencia hizo que estos actos fueran de índole colectivo y posibilitaran un espacio para configurar su identidad. Así en la actualidad estos rituales se conservan y fortalecen en el Medio San Juan; las familias se reencuentran; toda la comunidad se moviliza, la junta mortuoria recorre desde muy temprano el pueblo para recoger los aportes económicos, los donativos de alimentos, velas, guarapo y viche; otros empiezan a montar y decorar la tumba simbólica del difunto ya enterrado; las cantadoras de alabaos y las rezanderas llegan a preparar el repertorio con que se abrirá la primera noche; los viejos conocedores de historias se preparan para contarle a los niños los cuentos y anécdotas populares; los familiares y amigos preparan los naipes y el dominó para jugar con la suerte del muerto. Durante esos días todos se acompañan en su pérdida al tiempo que lloran, cantan, rezan, beben, comen y juegan para despedir el alma del difunto que según las creencias vaga por nueve días buscando el camino al cielo.
Fulvia Ruiz Ibarguen y Josefina Hurtado Mosquera son dos ancestras chocoanas que salvaguardan estos rituales enseñando los cantos fúnebres y cada uno de los elementos que acompaña la práctica. Ambas asisten al Encuentro de Alabaos, Gualíes y Levantamiento de Tumbas buscando heredar sus conocimientos a las nuevas generaciones.
Capítulo 4: secretos de la selva
Según las creencias de las comunidades afrocolombianas la selva es un territorio sagrado contenedora de espíritus que la resguardan, estos viven en los animales, plantas y minerales. Por esto las tareas productivas como pescar en ríos o mares; sembrar en montes y riveras; recolectar plantas medicinales y cazar en la selva virgen; requiere practicar ciertos rituales para que les sea permitido su propósito. El vínculo entre hombre y naturaleza mediante la ombligada da a los individuos y familias el derecho a trabajar ciertas tierras que definen como monte, la protección a estos templos grupales es brindada por los ancestros que los habitan. Iván Chaverra es un creyente de los poderes de las ánimas y en el del secreto como insumo en la producción agrícola y avícola. Para cuidar su finca convoca constantemente los servicios de hombres y mujeres que sepan abrir o cerrar el monte de acuerdo a la necesidad del momento. Gaspar Moreno es un agricultor que habita en el corregimiento el Barranco, zona rural del municipio de Quibdó. Él protege la tierra de los intrusos y las plagas pidiéndole ayuda a los espíritus; fertiliza la tierra caminándola y orando a cada paso; vuelve productivos los cultivos hablándoles y acariciando las hojas; y la cierra para que nada malo la toque haciendo la oración de las cuatro puntas que le fue enseñada. Con estos secretos de la selva Gaspar logra tener alejado a los ladrones y los animales peligrosos que puedan dañar tanto a la siembra como a los agricultores.
Capítulo 5: un arrullo en la ciudad
Este capítulo se enfocará en evidenciar las prácticas mágico religiosas que intervienen en las labores productivas en el campo y que están ligadas a la concepción espiritual de la selva y la intervención de las ánimas.
El pensamiento mágico religioso propio de los afrocolombianos tiene su sustento en los ancestros que por herencia poseen los conocimientos en las prácticas ligadas a la espiritualidad y las ponen al servicio de la comunidad brindando un bienestar, al tiempo que gestan espacios colectivos. Tal es el caso de Diris Fidelina Ortiz, mujer proveniente de la ciudad de Barbacoas, quién se trasladó a Cali hace cinco años para realizarse un tratamiento médico. Desde entonces se vinculó a la celebración que la colonia barbacoana le hace a la Virgen de Atocha. Cada año, durante la fiesta, Diris entona los arrullos tradicionales de su tierra, acompaña las balsadas que se realizan ingeniosamente en el lago del Parque de la Caña, viste con los faldones coloridos propios de la ocasión y abre las puertas de su casa para que todos los devotos de la santa patrona recen la novena. Doña Eloísa Arévalo es otra barbacoana que, luego de haber superado por un diagnóstico médico negativo, le agradece a la virgen vistiendo su estatua con suntuosos trajes que elabora en su taller de costura y embelleciendo el cuadro con enormes flores y brillantes telas. En agosto se dispone a acompañar las novenas en casa de sus paisanos, a cantar y asistir a cada uno de los espacios de festejo de su patrona.
DIRECCIÓN: Victor Alexander Palacios |
DURACIÓN: 5 capítulos de 25 minutos |
AÑO: 2019 |
FORMATO: 16:9,MXFDP1a-XDCAMHD422-HD1O80I29.97 |