¿Cuánta violencia debe suceder para erradicar el racismo en Colombia?

En un país multicultural y de gran diversidad étnica como Colombia podría pensarse que el racismo era un tema de las colonias y la esclavitud. Pero, ¿realmente se ha pasado página? ¿O será que se ha asumido la desigualdad y la injusticia como la ‘normalidad’ de algunos grupos étnicos?

Para entendernos se debe mirar de dónde se viene y preguntarse, ¿por qué la historia que se ha aprendido en el colegio o los monumentos que decoran la geografía del país glorifican especialmente a europeos que negaban a los negros e indígenas su condición humana?

Esas ideas dejaron un mar de sangre en nuestros territorios y han sometido hasta el día de hoy a comunidades enteras a una lucha constante por el reconocimiento de sus derechos esenciales y su humanidad.

Tal vez sea momento de replantear el enfoque de una historia escrita desde la mirada blanca, en la que los negros e indígenas eran esclavos a secas y mano de obra para la conquista del europeo.

Pensadores como Manuel Zapata Olivella con su obra sobre la diáspora africana, Arnoldo Palacios o Candelario Obeso, comparten una mirada diferente: la de los descendientes africanos – no esclavos a secas – que llegaron a las Américas con saberes ancestrales y tradiciones milenarias que hasta el día de hoy nutren el acervo cultural de este territorio y la humanidad entera.

Cómo podemos hablar de igualdad en una sociedad que ha asumido la historia del blanco como la principal y cuyos imaginarios aún reflejan arraigo en ideales de la colonia: discriminación y violencia en el discurso, abandono del Estado, inequidad, prejuicio, poca representación y alivios superficiales para problemas de fondo.

El abuso de la fuerza policial es tan solo una de muchas aristas del problema. Y la indignación efímera a la que estamos acostumbrados los colombianos, termina trivializándolo: se acepta, si se puede dar el lujo de evadirlo.

La violencia más sútil es la indolencia que, tal vez por costumbre, no deja ver que en Colombia el color de piel todavía puede condicionar a qué tantos derechos y oportunidades se puede acceder.

El cambio empieza por reconocer el racismo en todas sus manifestaciones, cuestionar el status quo e incluso la historia si es necesario, así como denunciarlo y erradicarlo primeramente de uno mismo.

Y sólo es posible reconocerlo cuando se mira más allá de la comodidad y el egoísmo. Un problema que no reconocemos, no se puede solucionar.

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